lunes, 3 de octubre de 2011

¿PORQUE LOS ESCRITOS DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS SI SON BUENAS FUENTES?

Los escritos de los primeros cristianos

 

Sin duda, como hemos dicho, la congregación de Corinto del primer siglo entendió correctamente lo que Pablo les enseñó acerca del velo. Sin embargo, no estamos en la posición para pedir explicaciones de la carta de Pablo a aquellos cristianos corintios. Pero la próxima generación de cristianos corintios sí estaba. De hecho, ellos no tenían que preguntar, pues ellos eran testigos oculares del curso de acción de la primera congregación corintia. Ellos vieron cuál fue el entendimiento de la primera congregación corintia de la carta de Pablo. 

Y ellos nos han dejado un registro histórico de su “curso de acción.” Este registro histórico se extiende al menos desde el 96 d.C., posiblemente aún más temprano desde el 60 ó 70 d.C. Los escritos de cristianos que vivieron antes del 200 d.C son abundantes. Son cinco veces más abundantes que los del Nuevo Testamento. 

Tales escritos de ningún modo aclaran todos los versículos del Nuevo Testamento. Pero sí revelan claramente lo que la iglesia primitiva creía sobre las principales doctrinas: salvación, el libre albedrío, los premios y castigos después de la muerte, el bautismo, la redención, la trinidad, la encarnación, y la santa cena. Estos escritos también revelan las prácticas o el “curso de acción” de la iglesia primitiva en cuanto al bautismo, la santa cena, el velo, el ágape, los cultos y otras prácticas similares. Ellos describen claramente el estilo de vida de los cristianos de aquella época y revelan su entendimiento de cada mandamiento y enseñanza moral encontrados en el Nuevo Testamento. 

Los escritos del primer y segundo siglos son enriquecidos por una basta colección de escritos (más de diez veces el tamaño del Nuevo Testamento) del periodo entre los 200 y 300 d.C. 

Pero por favor no te refieras a estos escritos como los “padres de la iglesia.” Tales hombres no fueron padres, fueron discípulos. Algunos de ellos tales como Policarpo, Ignacio y Clemente de Roma, fueron discípulos personales de los apóstoles. Otros fueron sólo una o dos generaciones después de los apóstoles.

Estos hombres no fueron teólogos innovadores. Al contrario, algunos de ellos defendieron el cristianismo frente a los críticos paganos y judíos o frente a los herejes. En sus escritos repetidamente declararon que las cosas que estaban escribiendo eran lo que la iglesia en general creía. Por ejemplo, Justino Mártir que escribió varias obras apologéticas, casi siempre usaba el término “nosotros” al describir a los romanos y judíos lo que creían y practicaban los cristianos. Incluso dijo al Emperador romano y al Senado: “Y siéntanse libres como gobernadores poderosos a informarse lo que a nosotros se nos ha enseñado y si verdaderamente seguimos enseñando las mismas cosas.”


Otro ejemplo es la obra apologética “Epístola a Diogneto,” que data del 125 d.C. Su propósito era exponer las creencias y prácticas cristianas al oficial pagano Diogneto. Pues este oficial estaba “deseoso excesivamente de aprender el modo de adoración a Dios prevalente entre los cristianos, e inquirir cuidadosa y honestamente concerniente a ellos, en qué Dios confiaban ellos y qué forma de religión observaban.”


Estos primeros escritores cristianos repetidamente testificaban que las cosas que ellos escribían, habían sido entregadas a la iglesia por los apóstoles. Por ejemplo, Clemente de Alejandría escribió: 


Ahora, esta obra mía no ha sido artificiosamente construida para exhibirse; antes bien, mis recuerdos son acumulados contra la época antigua, como un remedio contra el olvido, una imagen y silueta de aquellos discursos vigorosos y vivos de quienes tuve el privilegio de oír, hombres verdaderamente notables y benditos… Ellos preservaron bien la tradición de la bendita doctrina derivada directamente de los santos apóstoles: Pedro, Santiago, Juan y Pablo, los hijos recibiéndolo de los padres (pero pocos fueron como los padres), vino a nosotros también por la voluntad de Dios a depositarse aquellas semillas apostólicas y ancestrales.


En su obra contra los gnósticos, escrita aproximadamente en el 185 d.C., Ireneo, obispo de la iglesia en Lyon, Francia, escribió: 

Ahora, la iglesia, aunque esparcida por todo el mundo civilizado hasta lo último de la tierra, recibió de los apóstoles y de sus discípulos su fe en Dios… Como antes hemos dicho, la iglesia recibió esta predicación y esta fe, y, extendida por toda la tierra, con cuidado la preservó como si habitara en una sola familia. Conserva una misma fe, como si tuviese una sola alma y un solo corazón; y la predica, enseña y transmite con una misma voz, como si no tuviese sino una sola boca. Los idiomas del mundo son diferentes, pero el significado de la tradición apostólica es una y la misma. 
Las iglesias de Germania no creen de manera distinta ni transmiten otra doctrina diferente de la que predican las de Iberia o las de los Celtas, o las del Oriente, como las de Egipto o Libia, así como tampoco de las iglesias constituidas en el centro del mundo… Y ni aquel que sobresale por su elocuencia entre los que presiden en la iglesia predica cosas diferentes de éstas, porque ningún discípulo está sobre su maestro, ni el más débil en la palabra recorta la tradición: siendo una y la misma fe, ni el que mucho puede explicar sobre ella la aumenta, ni el que menos puede la disminuye.


“Pero, ¿no vivió Ireneo varias generaciones después de los apóstoles?,” podrías preguntar. “¿Cómo podría él estar seguro de que la fe le había sido entregada fielmente?” La respuesta es que Ireneo fue sólo un eslabón humano removido después del periodo de los apóstoles. Él era un discípulo de Policarpo, el cual era un discípulo personal del apóstol Juan. Ireneo escribió: “Policarpo no sólo fue instruido por los apóstoles y trató con muchos de aquellos que vieron a nuestro Señor, sino también por los apóstoles en Asia fue constituido obispo de la iglesia en Esmirna; a él lo vimos en nuestros primeros años, mucho tiempo vivió, y ya muy viejo, sufriendo el martirio de modo muy noble y glorioso, salió de esta vida. Enseñó siempre lo que había aprendido de los apóstoles, lo mismo que transmite la iglesia, las únicas cosas verdaderas.”


Todas las obras de las que estoy hablando fueron escritas por hombres considerados ortodoxos por la iglesia primitiva en todo el mundo. Estos escritores no eran herejes o libres pensadores escribiendo sus propios pensamientos. La mayoría de los escritores de los dos primeros siglos fueron líderes u obispos de la iglesia. Sus escritos no sólo reflejan la fe de la iglesia y de las Escrituras, sino también que tales escritores vivieron su fe. Todos ellos arriesgaron sus vidas por escribir defendiendo a la iglesia, y un número de ellos murió por su fe. 

Los apóstoles pasaron la mayor parte del primer siglo estableciendo iglesias y enseñando doctrinas y prácticas correctas. Firmemente creo que “la fe ha sido dada una vez a los santos” (Judas 3). Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:18). Siendo ese el caso, la fe estaba completa cuando los apóstoles la entregaron a la próxima generación. La iglesia no iba a progresar a un entendimiento cada vez más claro del cristianismo verdadero a medida que pasaban los siglos. Más bien, a no ser que perseveraran en lo que habían recibido, sólo una cosa iba a suceder: iban a alejarse más y más del cristianismo bíblico. 

Además, a diferencia de los cristianos de siglos posteriores, la generación que recibió la fe directamente de los apóstoles, no pretendió tener una nueva luz o una revelación más allá de la Escritura.

Ellos creían que toda la verdad necesaria ya había sido revelada por los apóstoles. Ellos estaban comprometidos a entregar fielmente a la próxima generación lo que ellos habían recibido.
Y nosotros tenemos un registro histórico firme de lo que aquella generación de cristianos creyó y practicó.

Veamos ahora la luz que arrojan ellos sobre el significado del pasaje 1 Corintios 11. 

CONTINUA........


BENDICIONES

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: LOS PRIMEROS CRISTIANOS Y SUS ESCRITOS de David Bercot.

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