jueves, 12 de enero de 2012

LA NUEVA Y LA ANTIGUA CRUZ






Sin anunciar y casi sin ser detectada, ha entrado en el círculo evangélico una cruz nueva en tiempos modernos. Se parece a la vieja cruz, pero no lo es; aunque las semejanzas son superficiales, las diferencias son fundamentales.

Mana de esa nueva cruz una nueva filosofía acerca de la vida cristiana, y de aquella filosofía procede una nueva técnica evangélica, con una nueva clase de reunión y de predicación. Ese evangelismo nuevo emplea el mismo lenguaje que el de antes, pero su contenido no es el mismo como tampoco lo es su énfasis.

La cruz vieja no tenía nada que ver con el mundo, para la orgullosa carne de Adán, significaba el fin del viaje. Ella ejecutaba la sentencia impuesta por la ley del Sinaí. En cambio, la cruz nueva no se opone a la raza humana; antes al contrario, es una compañera amistosa y, si es entendida correctamente, puede ser fuente de océanos de diversión y disfrute, ya que deja vivir a Adán sin interferencias. La motivación de su vida sigue sin cambios, y todavía vive para su propio placer, pero ahora le gusta cantar canciones evangélicas y mirar películas religiosas en lugar de las fiestas con sus canciones sugestivas y sus copas. Todavía se acentúa el placer, aunque se supone que ahora la diversión ha subido a un nivel más alto, al menos moral aunque no intelectualmente.

La cruz nueva fomenta un nuevo y totalmente distinto trato evangelístico. El evangelista no demanda la negación o la renuncia de la vida anterior antes de que uno pueda recibir vida nueva, predica no los contrastes, sino las similitudes; intenta sintonizar con el interés popular y el favor del público, mediante la demostración de que el cristianismo no contiene demandas desagradables, antes al contrario, ofrece lo mismo que el mundo ofrece pero en un nivel más alto. Cualquier cosa que el mundo desea y demanda en su condición enloquecida por el pecado, el evangelista demuestra que el evangelio lo ofrece, y el género religioso es mejor.

La cruz nueva no mata al pecador, sino que le vuelve a dirigir de nuevo en otra dirección. Le asesora y le prepara para vivir una vida más limpia y más alegre, y le salvaguarda el respeto hacia sí mismo, es decir, su "auto-imagen" o la "opinión de sí mismo". Al hombre lanzado y confiado le dice: "Ven y sé lanzado y confiado para Cristo". Al egoísta le dice: "Ven y jáctate en el Señor". Al que busca placeres le dice: "Ven y disfruta el placer de la comunión cristiana". El mensaje cristiano es aguado o desvirtuado para ajustarlo a lo que esté de moda en el mundo, y la finalidad es hacer el evangelio aceptable al público.

La filosofia que está detrás de esto puede ser sincera, pero su sinceridad no excusa su falsedad. Es falsa porque está ciega. No acaba de comprender en absoluto cuál es el significado de la cruz.

La cruz vieja es un símbolo de muerte. Ella representa el final brutal y violento de un ser humano. En los tiempos de los romanos, el hombre que tomaba su cruz para llevarla. ya se había despedido de sus amigos, no iba a volver, y no iba para que le renovasen o rehabilitasen la vida, sino que iba para que pusiesen punto final a ella. La cruz no claudicó, no modificó nada, no perdonó nada, sino que mató a todo el hombre por completo y eso con finalidad. No trataba de quedar bien con su víctima, sino que le dio fuerte y con crueldad, y cuando hubiera acabado su trabajo, ese hombre ya no estaría.

La raza de Adán está bajo sentencia de muerte. No se puede conmutar la sentencia y no hay escapatoria. Dios no puede aprobar ninguno de los frutos del pecado, por inocentes o hermosos que aparezcan ellos a los ojos de los hombres. Dios salva al individuo mediante su propia liquidación, porque después de terminado, Dios le levanta en vida nueva.

El evangelismo que traza paralelos amistosos entre los caminos de Dios y los de los hombres, es un evangelio falso en cuanto a la Biblia, y cruel a las almas de sus oyentes. La fe de Cristo no tiene paralelo con el mundo, porque cruza al mundo de manera perpendicular. Al venir a Cristo no subimos nuestra vida vieja a un nivel más alto, sino que la dejamos en la cruz. El grano de trigo debe caer en tierra y morir.

Nosotros, los que predicamos el evangelio no debemos considerarnos agentes de relaciones públicas, enviados para establecer buenas relaciones entre Cristo y el mundo. No debemos imaginarnos comisionados para hacer a Cristo aceptable a las grandes empresas, la prensa, el mundo del deporte o el mundo de la educación. No somos mandados para hacer diplomacia sino como profetas, y nuestro mensaje, no es otra cosa que un ultimátum.

Dios ofrece vida al hombre, pero no le ofrece una mejora de su vida vieja. La vida que El ofrece es vida que surge de la muerte. Es una vida que siempre está en el otro lado de la cruz. El que quisiera gozar de esa vida tiene que pasar bajo la vara. Tiene que repudiarse a sí mismo y ponerse de acuerdo con Dios en cuanto a la sentencia divina que le condena.

¿Qué significa eso para el individuo, el hombre bajo condenación que quisiera hallar vida en Cristo Jesús? ¿Cómo puede esa teología traducirse en vida para él? Simplemente, debe arrepentirse y creer. Debe abandonar sus pecados y negarse a sí mismo. ¡Que no oculte ni defienda ni excuse nada! Tampoco debe regatear con Dios, sino agachar la cabeza ante la vara de la ira divina y reconocer que es reo de muerte.

Habiendo hecho esto, ese hombre debe mirar con ojos de fe al Salvador; porque de Él vendrá vida, renacimiento, purificación y poder. La cruz que acabó con la vida terrenal de Jesús es la misma que ahora pone final a la vida del pecador; y el poder que resucitó a Cristo de entre los muertos, es el mismo que ahora levanta al pecador arrepentido y creyente para que tenga vida nueva junto con Cristo.

¿Nos atrevemos, pues, a jugar con la verdad cuando somos conocedores de que heredamos semejante legado de poder? ¿Intentaríamos cambiar con nuestros lápices las rayas del plano divino, el modelo que nos fue mostrado en el Monte? 
¡En ninguna manera! Prediquemos la vieja cruz, y conoceremos el viejo poder.
A. W. Tozer 

BENDICIONES

miércoles, 11 de enero de 2012

LLEVE SU CRUZ



¿Pensó usted alguna vez que tendría que llevar una cruz? No debe extrañarse de que tuviera que hacerlo, porque Cristo mismo lo hizo.

En la Biblia leemos que cuando Cristo iba para ser crucificado, le obligaron a llevar su cruz. Corriendo de su corona de espinas, la sangre manchó su cara. La carne de su espalda fue molida por los azotes de los soldados. Debilitado y en agonía, casi no pudo soportar esa pesada cruz.

A Cristo no le agradó llevar su cruz al Calvario, porque sabía que tendría que morir en ella. No obstante, lo hizo para salvarnos.

Tampoco nos es agradable a nosotros tomar nuestra cruz, pero lo tenemos que hacer para ser salvos.

Escuche, amigo. Oiga la voz de Jesús, fuerte como siempre: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, y tome su cruz, y sígame”.



¿Qué significa tomar la cruz? 
La cruz es un instrumento de muerte. Cristo llevó su cruz y murió en ella. Al morir, dejó su cuerpo humano y resucitó con un cuerpo nuevo.

Nosotros encontramos nuestra cruz por primera vez cuando llegamos al pie de la cruz de Cristo. Allí nos damos cuenta de que nuestra voluntad cruza la de Dios. Al arrepentirnos y rendirnos a él, morimos con él a nuestros propios deseos carnales. Resucitamos con él a una vida nueva. Esto es lo que significa tomar la cruz.

¿Tomará usted esta cruz? ¿La llevará cada día? Llevar la cruz es crucificarnos cada vez que nuestra voluntad cruza la voluntad de Dios. Es seguir en el camino glorioso de Dios. Pero si sigue en el camino de placeres mundanos, no la lleva. Así la cruz será un testimonio contra usted en el juicio final. 



Los dos caminos 

En el camino glorioso Cristo nos perdona los pecados. En todo cuanto podemos, los hacemos rectos, pagando lo robado y corrigiendo las mentiras. Con su ayuda vencemos todo vicio. Seguimos fielmente las enseñanzas de la Biblia.

En ese camino, los amigos pecaminosos se burlarán de nosotros. Quizá sufriremos persecución a causa de la justicia. Pero sí, en el camino trazado por Jesús tenemos que llevar la cruz. Jesús lo afirmó así: “Si alguno quiere venir en pos de mí... tome su cruz cada día, y sígame”. Esto quiere decir que morimos a nuestra voluntad para hacer la voluntad de Dios. Es difícil, pero Cristo mismo nos acompaña en el camino y nos ayuda. El nos dirige por la Biblia. Nos fortalece por medio de los hermanos de una iglesia bíblica.

En el camino de placeres mundanos servimos al diablo. Los placeres mundanos nos amarran con lazos de malos hábitos. No llevamos la cruz, sino una carga de pecado y culpa. No podemos deshacernos de ésta sino solo por llevar la cruz.



¿Cuál camino escogerá?
La Biblia dice: “Hay camino que al hombre Te parece derecho; pero su fin es camino de muerte”. Seguir en el camino de placeres y pecado nos lleva al infierno eterno.

Tomar la cruz y seguir en el camino de Dios nos trae gozo y nos lleva al cielo.

Cristo llevó su cruz, y fue crucificado ahí para abrirnos el camino glorioso. Así él nos salva del pecado y del infierno. ¿Recibirá a Cristo? ¿Caminará en el camino de su voluntad? ¿Llevará su cruz?

Sólo así podrá entrar en la gloria con Él.

--Dallas Witmer

jueves, 5 de enero de 2012

LOS DOS REINOS


¿Por qué hablamos de “los dos reinos”? ¿Acaso no existen muchos reinos en este mundo?

La palabra reino significa: “Territorio sometido al gobierno de un rey” (Diccionario pequeño Larousse). En esto consiste la clave para entender el significado de los dos únicos reinos, cuyos territorios abarcan todos los demás reinos que existen.


Los territorios de los dos reinos

 

¡Ah, pero no hablamos aquí de ningún territorio geográfico! Los territorios aquí expuestos no se limitan por fronteras nacionales. Hablamos más bien de los dos territorios que existen dentro del marco humano de carne, espíritu, corazones y almas. Dentro de este marco se ejecutan la voluntad de los demonios, así como la de los ángeles de Dios. El territorio de “las tinieblas de este siglo” así como el de “las regiones celestes” (Efesios6.12) existen en este ámbito no sujeto a ninguna frontera nacional.

La Biblia dice en 1 Juan 5.19 que “el mundo entero está bajo el maligno”. Es decir, Satanás rige en el territorio compuesto por los corazones de todo ser humano que no ha sido trasladado al otro reino. Con razón Jesús llamó a Satanás “el príncipe de este mundo” (Juan 12.31). Y, además, el apóstol Pablo lo llamó “el dios de este siglo” (2 Corintios 4.4).

Antes del diluvio, en los días de Noé, Dios vio que “todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis6.5). Lo que Dios vio en ese tiempo es lo mismo que ve en la actualidad. Así es el corazón de todo ser humano, inclusive el tuyo y el mío, a menos que hayamos sido rescatados por el Hijo de Dios. De no experimentar ese rescate efectuado por Jesús, nuestro corazón forma parte del territorio de Satanás; no podemos negarlo. Sin embargo, veamos las buenas nuevas. Las mismas consisten en que para todos los que se han hastiado de ser reducidos a formar parte del territorio regido por ese rey malvado, Satanás, Colosenses 1.13 les dice que Dios el Padre les “ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo”. Estas buenas nuevas me incluyen incluso a mí, pobre pecador que era, y espero que te incluyan a ti también. Todos los que hemos sido librados de formar parte del territorio de Satanás hemos llegado a formar parte del territorio de otro rey, el Rey Jesús.

Gracias, Señor, por tus provisiones, porque yo no quiero formar parte del territorio regido por Satanás. Gracias, gracias. ¡No puedo dejar de agradecerte!

 

 

El conflicto entre los dos reinos

 

Pero este no es el fin de la historia. Cuando nos trasladamos al reino de Dios, Satanás lucha para recobrar el territorio que perdió. Tú y yo tenemos parte en la lucha que se produce como resultado de esto. ¿No te has dado cuenta de los malos pensamientos que surgen en tu propio corazón? Yo sí. De esa lucha escribió el apóstol Pablo en 2 Corintios 10.3-5: “No militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.”

¡Qué bien estos versículos describen lo que pasa en mi corazón a diario! Fortalezas, argumentos, pensamientos... ¿Quién vencerá en esta batalla? Ahora mismo, una vez más, doy las gracias a Dios. Él vencerá, si yo se lo permito. Estos versículos hablan de destruir, derribar, llevar cautivo por medio del poder de Dios. Podemos permanecer en el reino de Dios sólo porque él es más poderoso que Satanás... mucho, muchísimo más poderoso. Gracias, Señor, por tu poder. ¡Gracias, gracias!


El Soberano sobre los dos reinos

 

Dios no sólo es más poderoso que Satanás; él reina inclusive sobre todo el reino de Satanás. A mí me da mucha confianza saber que Satanás tiene que operar bajo los límites que Dios le ha puesto. Dios “no [nos] dejará ser tentados más de lo que [podemos] resistir” (1 Corintios 10.13). Esto me anima. Me fortalece. Me da gozo en la lucha.

He aquí la oración de David a Jehová en 1 Crónicas 29.11: “Todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos.”

Gracias, Dios mío, porque no tengo que someterme a ningún soberano malvado. Gracias, Dios bueno, justo y misericordioso, que tú eres Soberano sobre todos los reinos, aun sobre el reino de Satanás. Gracias que puedo someterme a ti.


La gran sima entre los dos reinos

 

Al observar a la gente religiosa de hoy, se pudiera concluir que no hay mucha diferencia entre el reino de Dios y el de Satanás. Muchos religiosos ni se distinguen de las demás personas del mundo. Hablan de igual manera que lo hace el mundo. Se pelean de la misma manera que el mundo. Se visten iguales al mundo. Y fornican tal y como el mundo lo hace.

Pero el reino de Dios no es nada igual al reino de Satanás. Hay una gran separación entre los dos; hay una gran sima entre ellos. Esta gran sima se puede representar gráficamente al presentar el contenido de 2 Corintios 6.14-16 de la siguiente forma:

        El reino de Dios —— El reino de Satanás
        Justicia  —————  Injusticia
        Luz    ——————  Tinieblas
        Cristo —————— Belial
        Creyente————— Incrédulo
        Dios    —————— Ídolos

“Por lo cual,” dice el próximo versículo,”salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré”. Y Santiago 4.4 dice: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.” Gracias, Dios, que hay una gran diferencia entre tu reino y el de Satanás. No me interesan la inmoralidad, los pleitos, los adornos, los placeres sensuales. A mí me interesa ser parte de ese “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios.” Quiero anunciar “las virtudes de aquel que [me] llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2.9).


Los súbditos de los dos reinos

 

¿Cómo son los que pertenecen a los dos reinos? Ya conocemos a los que pertenecen al reino de Satanás, ¿verdad?, porque todos hemos pertenecido a ese reino. No obstante, 1 Juan 2.16 destaca tres cosas específicas por las cuales viven los súbditos del reino de Satanás:  
(1)“los deseos de la carne,  
(2) los deseos de los ojos, y  
(3) la vanagloria de la vida”.

¿Entiendes lo que significan estas tres cosas? Los deseos de la carne se refieren a la lujuria y la glotonería. Los deseos de los ojos se refieren a lo que atrae al ojo natural, como el deseo de colgar en el cuerpo lo que reluce. También incluye codiciar lo que nos gusta. La vanagloria de la vida habla de la ambición. Abarca la ambición de tener riquezas y la de lograr una posición de categoría, ya sea en la política, en la iglesia o lo que sea. Los súbditos del reino de Satanás son dominados por estas tres cosas.

La Biblia aclara que todos los gobiernos de este mundo, cada uno con su ejército militar, son súbditos del reino de Satanás. Apocalipsis 19 habla del día en que Jesús vendrá para regir a las naciones con vara de hierro. El versículo 19 dice: “Y vi (...) a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para pelear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército”.

Y, ¿cómo son los súbditos del reino de Dios? Tengo por delante las mismas palabras de Jesús y sus discípulos. He aquí nueve distintivos de los que andan en el reino de Dios:

1. Allí andan los niños. Acerca de los niños Jesús dijo: “De los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19.14).

2.  Allí andan los que han nacido de nuevo. Jesús dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3.4).

3. Allí andan los que son como niños. Jesús dijo: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18.3).

4. Allí andan los humildes. Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5.5).

5. Allí andan los perseguidos. Jesús dijo: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5.10).

6. Allí andan los obedientes. Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7.21).

7. Allí andan muchos pobres. Jesús dijo: “De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos” (Mateo 19.24).

8. Allí andan los pacificadores. Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos” (Juan 18.36).

9. Allí andan los lavados por la sangre del Señor. Pablo escribió: “No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados (...) por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6.9-11).

¿En qué reino terrenal se honra así a los humildes, los perseguidos y los pobres? ¡En ninguno! Al contrario, en los reinos de este mundo se le dan las posiciones de categoría a los que son fuertes, arrogantes y corruptos. Gracias, Dios, por los distintivos únicos de tu reino. Yo quiero ser humilde, obediente, pacífico, lavado por la sangre del Señor. Gracias que recibes a los pobres, porque yo no tengo riquezas. Gracias, ¡gracias!


El fin de los dos reinos

 

El reino de Dios terminará así como empezó... nunca jamás. No tuvo principio y no tendrá fin.

Y, ¿qué del reino de Satanás? Ese reino empezó con el orgullo de Satanás y terminará con su derrota y la de todos los que forman parte de su reino. “Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, (...) y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo” (Isaías 14.13-15). “Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, (...) y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 20.10).

Todos los gobiernos de este mundo, por formar parte del reino de Satanás, serán vencidos por el Rey de reyes Jesucristo (véase Apocalipsis 11.15) y nunca más se levantarán para reinar. “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2.44).

¡Yo quiero ser parte de ese reino de Dios! No quiero afiliarme a los gobiernos de este mundo ni a las iglesias apóstatas, porque forman parte del reino de Satanás. No quiero contaminarme en ninguna forma con el reino de Satanás, porque yo pertenezco al reino de Dios.

Gracias, Dios, que tu reino un día consumirá a todos los demás. Gracias que tu reino permanecerá para siempre. Gracias que tú me has tenido por digno de entrar en tu reino. Gracias, ¡gracias!

-Rodney Q. Mast